Adoradores

Nuevamente, había sido invitado por una secta religiosa para cumplir con un trabajo para ellos. La última ocasión que aceptó un trabajo así, había terminado envuelto en una interesante historia, donde tuvo que elegir rápidamente un bando para salvar su vida. Esperaba que esta ocasión fuese un trabajo normal y punto. Eso esperaba.
Tres días le llevaron para llegar desde su último viaje, aquella extraña isla, hasta aquí, en Arendia. Según el pergamino que le habían mandado, le requerían para una misión que los mismos monjes no podían llevar a cabo, pues desatenderían sus tareas diarias y eso les provocaría un semicaos.

Ofrecían apenas un puñado de coronas, y aunque el dinero no era algo de importancia para Gibil, se había determinado por aceptar ese trabajo por… ¡Vaya a saber por qué! Ya solo vagaba por el mundo, aún con la misión de juntar a los Dherlik, así que entre más trabajara, conocería a más gente y eso le haría tener más opciones para elegir aliados. Además, él honraba en demasía a Juste, así que entendía a qué se referían con lo de que ellos no podrían desatender a su propio Dios.

Aunque al haberle dicho en el pergamino que el trabajo sería en Arendia, él esperaba que fuese en la prominente ciudad de Vo Mimbre, de buena fama por su gran tamaño y prosperidad, terminó siendo en una iglesia cercana al bosque que dividía dos ciudades, el bosque Fronterizo. Más que una iglesia, aquella estructura parecía ser un castillo. Pero quién era él para juzgarlos.

Tiró de la cinta de cuero para detener a sus caballos, y bajándose del asiento del carromato caminó hasta estar frente a la gran puerta de madera. Tomó el gran y pesado aro de cobre y lo golpeó contra la puerta remachada en metal. Por un momento todo fue silencio. Ni el eco respondía. Luego unas chirriantes cadenas le hicieron extender las manos, preparado para conjurar los látigos por si algo le pretendía tomar por sorpresa, pero lo único que pasó, es que la puerta se abrió hacia los costados lentamente. Habían activado un mecanismo para abrir la puerta. Así de actualizada era la vida.

Avanzó mirando a izquierda y derecha; grandes pilares esculpidos en piedra volcánica sostenían un techo rematado con grandes murales que narraban peleas del cielo y del infierno. Gibil se quedó ahí quieto, observando los dibujos.

-¡Estúpidos mapas! ¿¡Por que la gente los tiene que hacer tan difíciles!?- ¿Acaso estaba perdido? Lo mas obvio es que... Si, no había talento en el para leer mapas tan complejos como ese que hacia sacar de quicio al pobre herrero. Esperaba que ese pequeño viaje hubiese sido mas fácil de lo que pensaba. Parecía que todos los elementos estaban en su contra, cargando con ese gran mazo todos los días, en cada respiro y paso, no era del todo placentero; claro, ya estaba acostumbrado a ese enorme arma de peso completo, pero tenerla en el hombro comienza a ser cansado.

Llevo su mano a su nuca, la froto suavemente; disimulando hacerse un masaje para no perder la calma y se seco una gota de sudor que le recorría la frente con su muñeca. Siguió avanzando unas docenas de metros, caminando por ese bosque sin fin y sin ninguna pista de aquel portón.

Un aroma a estiércol comenzó a dilatarse por la zona en donde el estaba, dejo caer su mazo e intento cubrirse su nariz para evitar ese olor tan desagradable. Frunció el ceño y sus ojos comenzaron a ponerse brillosos.

Insoportable... necesitaba un descanso de inmediato, pero no podía detenerse a disfrutar las fragancias silvestres como el desperdicio natural de un animal, persona o cosa. Tomo su arma y siguió caminando para tratar de toparse con alguien o algún lugar donde pudiese tomarse un "break" y continuar su camino.

Cuando el olor comenzó a bajar su potencial, Escaflow pudo relajarse un momento mientras miraba al cielo, como si estuviese pidiendo que por favor alguien lo guiara... alguien... ¿Pero quien?. Bueno, este pequeño problema no haría que se deprimiera o le disminuyera el animo, así que sin mas distractores o problemas, siguió adelante con una sonrisa bien amplia.

Unos ruidos pusieron atento al joven licantropo, era el andar de un carromato, que estaba cerca de Escaflow -Si los sigo, llegare. ¡Eso es!- Pensó. Con una actitud esperanzada y sin miedo, se dirigió hasta aquel móvil, y antes de llegar a un rango considerable de distancia, este comenzaba a detenerse lentamente -Waaah ¿Y ahora que?- Camino un poco de lado y delante del carromato, un hombre alcanzo a visualizar discretamente, pero no pudo observar sus detalles, debido a la distancia. Camino lentamente tratando de ser incógnito con sus pasos, hasta que crujidos de madera y cadenas frotándose se escucharon de norte a sur en todo el bosque. Un portón estaba por abrirse ¿Acaso ese lugar era el destino de aquel herrero?

-¿Viene con usted? –preguntó un monje rechoncho, con una sonrisa amplia y con voz cálida y tranquila.

El hombre había salido de un pasillo que se abría poco más adelante, por entre los pilares. Iba ataviado con una túnica blanca con hilos dorados, aunque llevaba un gran cuello esa indumentaria, no se notaba ni rastro de capucha. Era totalmente calvo y con unos enormes ojos caramelo, que se notaban un poco chicos al compararlos con su abultada nariz regordeta. No mostraba sudor, ni rastro de cansancio. Se notaba… amigable.

Gibil se giró para ver a un pequeño joven parado cerca de su carromato. La escena era muy curiosa; el niño-joven llevaba un gran mazo en su hombro; resultaba imposible que aquella herramienta pudiera ser cargada de ese modo.
El anciano negó con la cabeza.
-Nunca lo había visto.
Acción seguida, el monje ignoró a Gibil para caminar hacia el chiquillo.

Alesth caminó entonces por donde el regordete hombre había aparecido. Los pasillos eran angostos, pero de cuando menos tres metros de alto, con un arco a cada metro, sostenido en los grandes pilares que le daban un aire de aristócrata al lugar. Y decían que la iglesia era pobre…
-¿Usted es…? –preguntó de improvisto otra voz, detrás de él. Esta era más rasposa, como de una persona de edad más avanzada. Parecía dura, al menos, parecía.
-Alesth, el hombre que contrataron. –Respondió sin siquiera girarse, pero sí detuvo su andar hasta que el dueño de la voz se puso por delante de él y le miró a la cara.
-Sígame, por favor.

Pasillos, pasillos y más pasillos. Ninguno se distinguía del otro, pues todos eran como un gran laberinto. Tras unos pocos minutos, se detuvo frente a una puerta y la tocó tres veces.
-Padre, ha llegado el hombre que citó.

La puerta se abrió lentamente. Puerta tallada en madera con extraños tallados a mano. Destacaba una imagen que parecía un ángel, pero con unas alas no formadas por plumas. Conservaba su aurora, así que Gibil no supo reconocer qué era. Se adentró en el cuarto, mirando a un hombre de entrada edad. Una gran barba le hacía lucir aún más viejo, y más sabio.
-Siéntese, siéntese.

Ya no hacia falta esconderse o infiltrarse a aquel lugar de rara pinta, ya que "ellos" se habían dado cuenta de su presencia, aunque tratara de perderse en el bosque, ya sabían que estaba ahí. Camino tranquilamente hacia los cuerpos que se encontraban a unos cuantos metros de distancia de el; pero antes de llegar a ellos, una persona se acerco, la cual el joven ignoro.

Suspiro mientras caminaba, y de paso echaba un vistazo a el interior del lugar a donde se adentraba. Una iglesia mas que decente, era impresionante y de un ambiente donde se podía sentir una rara presencia, tal vez era la presencia a aquel ser que llaman "Dios" o alguna otra cosa que podría ser no del todo buena.

Sin esperar a que lo invitaran a entrar, avanzo mirando a sus proximidades, un paraíso de mármol, el cual no le agradaba para nada al joven, ya que casi toda su vida completa estuvo rodeado de el primo de la roca, el metal.

-Este lugar necesita un toque de vida, no veo flores por ningún lado- Dijo mientras que su vista rondaba por cada rincón y esquina de ese lugar -Puaj, que lugar tan mas muerto- Hablo para que todos lo escuchasen.

Visualizo un rincón de aquel lugar, y se desconcentro de todo lo demás. No se dio cuenta que el viejo del carromato y un monje se perdieron después de entrar a una puerta. Después el cerrar de la puerta retumbo en los tímpanos de Escaflow, este volvió en si y siguió a aquellos ancianos por aquella puerta; La abrió, pero nada, ya habían desaparecido.

-1... 2... 3... 4... ¡Demonios! ¿¡Por que hay tantos pasillos!?- Dijo corriendo a un ritmo lento, mientras buscaba la ruta que aquellos hombres habían tomado.

Después de recorrer los mismos pasillos unas cuantas veces, por fin dio en donde las personas anteriores estaban por entrar, sin cuestionarse en que si estaría bien o mal encaminarse sin permiso; solo se dirigió a la puerta. La puerta decorada en una lluvia de artes gráficas, se abrió y el joven decidió esperar.

El de nuevo. Al lado suyo se encontraba aquel chico que se había colado hasta su carromato, o que les espiaba, o que se escondía ¡o vaya a saber qué hacía! Le dedicó una mirada rápida, girando sus ojos cuando la puerta se abrió para dejar el paso. ¿Es que también le habían contratado?

Caminó hasta adentrarse en un cuarto pequeño, tapizado de libros por aquí y por allá. Un escritorio de madera se posaba al centro, y detrás de él, una silla de cuero sobre la que se encontraba un hombre de edad avanzada, el pelo largo y una gran barba plateada. Detrás de él aún había espacio para dos estatuas que imitaban a los ángeles, o a los dioses, o a alguna criatura. Gibil no era muy bueno con la mitología.

El hombre se puso en pie, señalando unas sillas frente al escritorio, con ademán que indicaba que aceptara en asiento.
-Gibil, el cazador ¿no es cierto?
Alesth se sentó en una silla, observando las estatuillas de detrás del hombre.
-Gibil Alesth, mata-vampiros. Por esta vez, trabajador, o cazador, o lo que guste.
-Entiendo –cruzó los dedos por encima del escritorio, acercándose más hacia él, y el chico.- Verá, lo hemos contratado para un trabajo de… búsqueda. Creemos que han nacido desde hace tiempo las reencarnaciones de los primeros hijos de nuestro dios. Si esto es cierto, necesitamos que los traiga aquí para que nosotros les eduquemos y nos puedan guiar cuando llegue el momento.
-¿Cómo les reconoceré?
-Esa, amigo, es la parte difícil. Ellos rondarán por los doce y los veinte años. No hay algo que los distinga del todo, son como una persona normal; no tienen parecidos físicos. Más sin embargo, la mayoría consta de un circulo negro en la palma de la mano. Es la misma marca que tenían los primeros nacidos.

Asintió y se puso en pie. Le tendió una mano en signo de aceptación mientras volvía a hablar:
-¿Dónde los encuentro?
-Eso, lamentablemente, no lo sabemos… Por cierto ¿viene con usted? –preguntó, señalando con la vista al chico.

Vaya, ya parecía que estuviese en un cementerio del demonio, lleno de cadáveres y esqueletos vivientes, arrugados como pasitas, y sin mencionar al viejo que siempre parecía estar de muy mal humor, con esas cejas tan pronunciadas y dilatadas.

Acomodo su mazo que estaba en su hombro moviendolo ligeramente hacia arriba, como en un pequeño salto para moverlo. Y seguido camino detrás de aquellos hombres, sin visualizar lo que tenia a su alrededor, o a los elementos presentes, ya que en su mente solo había una palabra retumbando a mas no poder, la cual era "COMER". Claro, después de varios días viajando, solo comiendo basura y media que se encontraba por los caminos o en el bosque, claro que el iba a tener hambre.

Se detuvieron y enseguida, Escaflow, observo a los presentes con un poco mas de calma, los dos, viejos, uno sentado en su escritorio con codos en el, y el otro sentado cómodamente en una silla. ¿Por que a el no lo invitaron a sentarse? -Mal educados- Murmuro -De todas maneras... ¡No me quería sentar! -Vocifero, se volteo de mala gana y se dirigió a los libros, para ver si podía aprovechar para mirar alguno que le interesase.

Los dos hombres comenzaron a entablar una conversación sobre las identidades, y el trabajo que estaría apunto de hacer, era una conversación, la cual, Escaflow no puso atención alguna, solo estaba buscando un libro... Y en la búsqueda de uno en que pueda juzgar por su portada, uno "bonito". Tomo un libro con pasta de color rojiza, marco de oro y letras talladas en oro blanco que estaban en la portada que decía: "El demonio en un humano", lo observo un poco, dejándose llevar por el titulo, miles de imágenes se vinieron a la mente de el, como una lluvia de ideas, pero de ideas sangrientas, de muerte, dolor y agonía. Con discreción tomo el libro y lo puso en su mochila con cuidado, observando que nadie lo estuviese mirando o espiando.

De repente, después de haber escondido el libro, sintió una extraña paranoia que lo recorria de pies a cabeza; era el anciano que estaba en el escritorio.

-¿E-Ehh...?- Sudo un poco mientras titubeaba, pero con una sonrisa bien amplia -O-Ohmmm, ¡Tengo hambre! ¿T-Tiene algo para comer?- ¡Directo al grano! Quería ir a otro tema, por si acaso habían visto algo sospechoso en su acto.

Asintió.
-Viene conmigo. Y le ha escuchado ¿Tiene algo de comida?
Mintió. No es que fuera malo mentir, pero… ¿Para qué mintió? Ya le tendría que preguntar algunas cosas a ese chico; era eso o decir que no iba con él, lo cual llevaría a que le expulsaran de la iglesia. Además, que cargara con ese mazo siempre al hombro, le hacía parecer un hombre fuerte. Si algo se presentaba, sería de mucha ayuda para una pelea.
El monje tras el escritorio sonrió levemente, mientras le hacía señas al hombre en la puerta.
Este otro abrió la entrada y les indicó que salieran.
-Síganme, por favor.

Anduvieron por pasillos y más pasillos, hasta llegar a un claro con césped y una fuente. El monje les señaló hacia una puerta y los dejó ahí, sin más que la indicación de “la sala de banquetes”. Gibil esperó a que estuvieran solos para acercarse a la fuente y tomar algo de agua entre las manos para lavarse la cara. Empezaba a hacer calor.
-¿Quién eres y qué haces aquí?

Le preguntó sin siquiera girarse. Si le quería matar, tuvo infinidad de oportunidades antes, así que confiaba en él. Aunque no tanto; había hecho un par de teorías. Las criaturas con el poder de alzar un objeto así con una sola mano, eran pocas: Los Lords –aunque nunca había visto a uno así-, los Enanos, los Orcos, los Vampiros y los Lycans. Descartadas quedaban los Enanos y los Orcos; así que o era un vampiro, o un lycan. Por eso se encontraba en la fuente también; si era un vampiro, no podría acercársele, en caso contrario, quedaría marcado como un Lycan, o eso, o un humano muy bien entrenado.

Se dio la vuelta para buscarlo con la mirada, y apenas dirigirle una miradita “algo amistosa” –bueno, no tan despectiva- se dirigió a la sala que les habían marcado. Hacía tantos años que se acostumbraba a que si quien manda no ofrece alimento, no comía. Así de simple, pero la sinceridad de este chico, dentro de todo, le había caído bien.
-Vamos a comer, que me tendrás que ayudar luego.

¿Que demonios? -¿V-Vengo contigo?, ¡Oooooouuuh seeeee, claaaaaaro! Vengo con el- Agito la cabeza de arriba a abajo repetidas veces. Pero, en su mente aun se preguntaba "¿Que demonios?" Y otras preguntas como por ejemplo "¿Que demonios?" Si... era extraño para el joven, ni tenia la menor idea de quien era aquel hombre, solo un saco de huesos apunto de ser devorado por algún perro hambriento, al igual que el otro.

Suspiro hondamente, exagerado, pero ¿Que importa?, dejo salir todo el aire, y en un acto de alivio, froto su pecho con suavidad.

Ok, a seguir a "calaverita" ¿Por fin les iban a dar de comer? ¿Si, si o no, no?. De todas formas, el estomago de Escaflow estaba casi consumiéndose por dentro, un estomago caníbal. Camino siguiendo al hombre que les pidió que le siguieran, pues bueno, eso hizo. Ya al terminar el recorrido dieron a parar a un jardín con césped con una fuente.

Una cantidad de aire libre recorrió el cuerpo del joven, ¡Aire libre y... puro!... Escaflow salio corriendo hacia aquel lugar que al parecer era la única parte de ahí que tenia algo de vida. Escucho un susurro de aquel hombre, con el cual se había quedado solo en ese momento, el joven, en un tono imprudente y sin respeto, le contesto -Soy Escaflow, un herrero y... ni menor idea que estoy haciendo aquí, al parecer me perdí, pero que va, ¡Siempre va a haber diversión en cualquier lugar!... menos aquí, este lugar es aburrido. ¿Y tu anciano, ¿Quien eres?- Contesto con una amplia sonrisa al terminar.

Después de terminar su "presentación" aquel hombre le volteo a ver con una cara de... Mal humor -¿A que viene esa mirada? Dios, ¿Nunca puedes poner una cara amigable? ¡Por favor!- Después de su comentario, les señalaron el lugar a donde iban a tener su agradable almuerzo, o que era ¿Cena?.

Ya una vez dentro, el hombre volvió a hablar. -¿Ayudarte? ¿En que? No busco ayudar en estos momentos, que pereza.- Respondió con una cara de sensato.

-Escuchaste al monje ¿No? –dudó por un segundo, no lo veía muy centrado en las cosas que hacía. Era uno de esos chicos que lucían distraídos y realmente lo eran- … ¿Lo escuchaste? –Volvió a preguntar. Al parecer, sus esperanzas caían en un vaso sin fondo. Era más como un niño, que como un joven. Y pensar que alguna vez fue así… No. A su edad –unos dieciséis años- ya estaba siendo entrenado para la vida dura, pues ya empezaban sus prácticas como “soldado”, y pese a ser el hijo primogénito del Alesth al mando, también tenía que escalar en la escalera para ponerse a la altura de los demás; y peor aún, ser mejor que ellos.

Se sentó en una silla sencilla de aquel comedor. Contrastaba en demasía con todo lo demás; la mesa eran apenas dos tablas unidas con clavos, sin siquiera pulirse o tener barniz. Las sillas eran igual, pero más “confeccionadas” por la lógica del Mayor número de partes que contenía. Incluso era rasposa al tacto, y al sentarse, otro tanto. Pronto, sobre la mesa, y en el lugar que cada quien eligió, un monje delgado llegó con dos platos sobre sus manos. La comida constaba de un gran filete de carne de conejo, acompañado con verduras de todo tipo. Gibil lo miró y dio una pequeña mordida a la carne, mientras volvía a mirar al chico.
-Escaflow –lo miró serio, luego giró hacia su comida de nuevo, y dio otro bocado a la carne. Sabía un poco salada para su gusto-. Yo soy Gibil. Y me ayudarás a buscar a estos Herederos.

Una mordida más, y se puso en pie. No quería que su cuerpo reaccionase lento si se presentaba una situación incómoda; así que una comida ligera era ideal.
-Lo siento, esta es mi cara y mi mirada. Pero tu has caso, que los ancianos hemos vivido mucho.
Se señaló una de las heridas en la cara; en un claro gesto de “He vivido más guerras”.

-Cuando acabes, te esperaré en la fuente. Y deberás ayudarme. Me la debes; además, escuchaste al monje, nos pagará. A mi me da igual, así que te lo podrás quedar tú. Y si resulta algo bueno de esto, te llevaré a… Al lugar que ibas, o a alguna ciudad. Al menos, fuera de aquí.

... Tun tun.... Tun tun ... -Ehh... ¿Que?¿Escuchar que?...- Se quedo en silencio con una cara de... "inculto", ante la situación. Agito su cabeza de un lado a otro un par de veces y al viejo le respondió -Eh... No, ¿No lo escuche?- "Volviendo al espacio"... Bueno, ahora, ¿Que diablos estaría pensando Escaflow en esos momentos? -Rica... rica, rica ... ¡Carne!- Si, era eso, el olfato de ese lycan esta mas centrado en la comida que en cualquier otra cosa.

Rápidamente tomo asiento después de aquel hombre, casi pegaba brincos de gusto, ya que la comida podía olerla aunque no estuviese en el cuarto. Después de todo, por fin se tomo algo de tiempo para visualizar lo que tenia a su alrededor, nada mas y nada menos que una mesa de... ¿Alta sociedad? Bueno, la verdad es que eran solo dos pedazos de madera unidos, simple y sencillo, al joven no le importaba en lo absoluto, ya que comer, ya era un regalo de los dioses. Otro monje de dimensiones menores se acerco con dos platos de alimento, los dejo al frente de el hombre y de Escaflow. Sin pensar dos veces, tomo los cubiertos, y sin cortar la carne, clavo el tenedor en la tierna carne del conejo cocinado, y la arranco un gran pedazo; directamente se lo llevo a su fosa bucal y sin masticar mucho, se lo trago.

Aquel sujeto parecía comer muy "educadamente" con sus bocados chicos y esa expresión que nunca se iba de su rostro. -¿Que paso?- Contesto al escuchar su nombre, con la boca llena de alimento y sin despegar la vista del plato. Trago gran cantidad de comida y ceso un poco -¡Oigan, me gustaría algo para beber, no se puede pasar bien la comida si no hay algo para beber!- Demando muy confiado.

-Gibil... esta bien, pero espera... ¿Ayudarte?... ¡Jah! Claaaaaro, solo te ayudaría a pararte si te tropiezas y no tuvieras tu bastón.- Sonrió ampliamente y siguió con su comida, sin poner atención a lo que Gibil -como se hacia llamar- estaba haciendo. -¿No vas a comerte tu comida? Por que sino, lo haré yo.- Miraba con ojos brillosos el plato y arriba de el una filete de carne tan jugosa. -Hummm... deja pensar en la oferta que me haces, tal vez, cuando termine de comer, te tenga otra respuesta mas reconfortante para ti- Dilato una sonrisa nuevamente, y siguió comiendo, un poco mas calmado, ya que su estomago no pedía limosna por un poco de comida.

El monje, un poco apenado y con cara poco visible de enojo, regresó a la cocina para encontrarse con otro más. Señaló un vaso de cristal y le pidió que lo llenara, mientras miraba al otro monje con cierta cara de “secreto”.
-¿Aún no los podemos matar?
-No –contestó el otro, en un tono de voz muy bajo-, Él necesita de ellos. Hay que obedecerle.
Pocos segundos luego, el monje regresaba con el vaso de cristal lleno de agua, con un hielo al centro, y lo ponía sobre la mesa, al lado de Escaflow.
-Tenga buen provecho.
Gibil mientras, lo miraba con algo de extrañeza, pero no se negó a sus palabras. Se puso en pie y estiró el plato hasta que estuvo frente al del chico.
-Todo tuyo.

Luego se encaminó hacia fuera, abrió la puerta para ponerse hasta la fuente, y metió una mano en el agua, mojándose los dedos desnudos y parte de la manga de la gabardina. Luego se dio cuenta de lo que hacía, y sacó la mano de allí. ¿Qué hacía? Parecía que el chico, aunque poco le conociera, le estaba pasando aquella alegría que perdió tanto tiempo atrás, entre las guerras, la sangre, y el poder.
Alzó la mirada para ver el cielo; el sol seguía en lo alto, justo al centro, golpeando con fuerza. Extendió la mano esperando a que se secara; mientras miraba hacia la puerta que acababa de abandonar, y hacia el lado, entre los pasillos, escuchando una pequeña reunión que al parecer sostenían dos monjes.

- …Ya
- … a los … vivos
- No … preocupes … aquí

Las voces se iban haciendo cada vez más pequeñas, más lejanas y mudas. Las pocas palabras sueltas que Gibil había oído le parecieron normales. Imaginó la conversación como “Le hablé ya. Debemos cuidar a los vivos. No te preocupes, puedes desde aquí”. Su imaginación no era muy buena, y su oído era peor aún. No le dio importancia, volviendo a apoyarse contra la fuente, mirando un ligero arco iris que formaba el agua y el sol.

Después de tragar el ultimo bocado que se llevo a la boca, ceso el comer y puso los codos en la mesa, entrelazando sus dedos y puso en contacto sus manos con su frente. -Ayudar... Ayudar...- Se repetía muchas veces en su cabeza sin parar. Levanto su mirada y volteo hacia la salida por donde el hombre salio recientemente. Cambiando de tema ¿Y el mazo? ¿Donde había dejado el mazo? Estas preguntas recorrieron el pensamiento de Escaflow, haciendo que se levantara de su asiento repentinamente, giro su cabeza de un lado a otro buscando visualmente su mazo, ¿Alguien se lo habrá llevado o... robado? El joven expreso una cara de disgusto, torció sus labios hacia un lado y gimió en mal plan.

Era imposible que haya perdido una pieza tan valiosa para el, era como su tercer brazo, y también una de las cosas que lo impulsaban a seguir adelante, esa pieza, ese objeto tan preciado para el que solo es un cubo de metal unido a una varilla. Escaflow se estaba desesperando por no haber encontrado su mazo en el cuarto en donde el se encontraba. Rapidamente salio, dejando comida en el plato que era de Gibil, paso por la puerta por donde el había cruzado y un rayo de sol lo encandilo, y por reflejo de el, se llevo su mano derecha hacia su frente, cubriendo sus ojos a los fuertes rayos calurosos del sol, que en ese momento resplandecía como nunca antes había visto el joven herrero. Escaflow hizo conocer su incomodidad ante el sol haciendo un sonido quejumbroso. Se acerco a Gibil, que parecía estar poniendo atención a algo en lo que Esca no estaba enterado. -Hey... ¡Hey! ¿Que pasa?¿Estas bien?¿Tu oído aun funciona a tu edad?- Pero que tonto este joven, sin respeto, sin principios, un herrero sin educación e inculto. -Bueno, no importa. Oye ¿Has visto mi mazo?- Pregunto aun con su mano en su frente cubriéndose del sol. -Por cierto, te ayudare, pero con tal de que cuando termine todo esto, me dejes irme contigo en tu carromato, ¿Te parece?.- Pregunto en un tono amigable y con una sonrisa en su rostro.

Lo pensó. La idea era realmente tentadora, y era el primero que se ofrecía a acompañarlo; aunque no sabía por cuánto tiempo ni si pediría más a cambio de ello. Igualmente, sería una buena ayuda –una excelente ayuda de hecho-. Pero antes de aceptar, debía saber qué era lo que realmente pedía.
-Chico, yo… No soy de aquí ni de allá. Viajo por Utopía de un lugar a otro y principalmente… Me dedico a la cacería de vampiros. Y créeme, ni la mínima idea de tu mazo.
Caminó un poco, en dirección al carromato. ¿Dónde había estado el chico? Cuando entraron en la sala principal, o el lugar principal donde los llevaron, aún le vio con el mazo, entonces… Posiblemente ahí estaría.
-Pero si aún con eso quieres seguirme en el carromato, podrías ser mi mano derecha.

Eso era realmente raro, y algo extremista, pero bueno… En guerra, incluso el abuelo es un soldado. Y no importaba la ley anterior de los Dherlik, pues siendo él el Alesth con vida, él decidía todo lo que aquella organización llevaba encima.
-Seguro está con el anciano que nos contrató. –Dijo sin hacer ademanes ni sin dar la vuelta para mirarlo y sin detenerse- Te espero en el carro.


Al llegar a la puerta, luego de recorrer los pasillos, un monje giró una palanca para que tirara de la puerta, abriéndola. El carro seguía ahí, y Zinion y Athel también. Aunque parecían inquietos, un poco ensimismados y muy nerviosos; algo así podía sentirlo con solo mirarlos a los ojos, aquellos animales estuvieron con él desde que nacieron, y fueron entrenados y criados por él todo el tiempo.
-Ya… Nos iremos en poco tiempo. –Les acarició el hocico hasta esperar que el chico llegase a su lado, si llegaba.

El viaja, yo viajo, nosotros viajamos. Vaya, al parecer era un trato muy "justo" para el joven herrero, todos ganan. Viajar con el en su carromato le iba a quitar un peso muuuy grande de encima, literalmente. Pero había algo que no le tentaba bien a el, lo cual era la caza de vampiros. -¿Caza de vampiros? Osea... ¿Los matas?- Pregunto en un tono bajo, mirando a los alrededores para que nadie estuviese escuchando. A Escaflow no le agradaba mucho el de asesinar vampiros, les tenia miedo.

El viejo camino unos cuantos pasos hacia su transporte, el cual Escaflow miraba con ojos iluminados, así miraba a su salvador... "El místico carromato" Y... -¿Mano derecha?- El joven no tenia muy claro que quería decir Gibil con eso, solamente le agrado la idea de ser la mano derecha de alguien, o ayudar a un propósito, estaba pensando que tal vez seria divertido aceptar esa oferta.

Volviendo a lo anterior... ¡¿Donde demonios estaba su mazo?!, Comenzaba a sentirse inseguro y expuesto a cualquier ataque, sin su arma, su valor y espíritu se iban al vació de un pozo como un orco cayendo inconsciente.

Inseguro, comenzó a buscar su mazo, visualizando cada rinconsito en el cual pudiese estar, en cualquier esquina con las redes de las arañas, o debajo de un lindo arbusto... -Demonios- Musitó y siguió caminando, pero un poco mas desesperado. ¡¿Que tal si un vampiro lo sorprende?! O peor ¡¿Un silfo diabólico?! -¡No, no, no! Por favor, quiero mi mazito- Dijo al aire, con ojos sollozos.

Camino hacia el comedor donde recién había estado, y evidentemente, ahí se encontraba su mazo, a un lado de la silla donde se había sentado con anterioridad. Sus ojos volvieron a tomar un brillo peculiar y corrió hacia su mazo, lo tomo y se lo acomodo en su hombro. Ya extrañaba aquella sensación de esfuerzo que le agradaba sentir en su cuerpo; Si, era raro, pero así es el.

Ya después de haber recogido su arma, camino tranquilamente hacia el carromato de Gibil, para encontrase con el. Se acerco, ya con confiado ante cualquier situación y le pregunto. -¿Estamos listos?- Con una mano se sacudió su ropa rota y sucia.

Miró al chico ir y venir en busca de su mazo. Repasar cada lugar con la mirada en busca de él, y pasar y repasar un lugar para encontrarlo. Sin darse cuenta, Gibil mismo empezó a buscar con la mirada el mazo. Era impresionante como un objeto de tal tamaño se haya perdido; era como… ¡Perder una casa! ¡Es imposible perderlo de vista!
Soltó una risa alegre, como nunca las había hecho desde hacia años ¡alegre! Lo bueno, es que la hizo cuando el chico se había ido ya y nadie pudo escucharlo. Esperaba.

Se montó en el carromato, en el asiento más bien; tomó las riendas de los caballos y esperó allí sentado. Sentía el aire semi-fresco de aquel bosque, la verdad los bosques no eran lo “principal” para él, pero este… parecía uno bueno; uno para descanso y para… para lo que sea. Incluso pensó por un segundo en vivir allí, arrebatando el monasterio a los monjes, claro.

Dio un brinquillo de susto al escuchar la voz del joven sin aviso, preguntándole prácticamente “¿A qué hora nos vamos?”. Esbozó una sonrisa esperando no darla a conocer, y luego giró a mirarlo.
-Sí, y nos vamos ya mismo.

El traqueteo bajo el carromato era hipnótico, cada tanto daba un brinco suave, y cada tanto daba uno fuerte. Aunque al inicio era relativamente molesto, con el pasar de los minutos y de las horas era como ser acunado –por una madre algo bipolar, claro-.

De repente, recordó la pregunta del chico. Escaflow le había dicho.
-Los mato, sí, por una razón. Los vampiros son una… “posesión” en los humanos. Se dice que ni están vivos, ni están muertos. Y cada vampiro era antes un humano, así que al convertirlo en vampiro le niegan la vida real y lo transforman en… una cosa de esas. Y el fin de lo que hago es preservar la vida de los humanos.

Ya no dijo más, esperaba o que preguntara algo, o que algún pueblo apareciera próximo.

Espero a que Gibil reaccionara de una manera positiva, o... tal vez era positiva, pero no era lo que el joven Escaflow esperaba de un humano de gran edad, por su experiencia y conocimientos, debería de estar siempre alerta para lo que sea que viniera, hasta de un indefenso lycan.


Aquel ligero brinco que dio Gibil al reaccionar con la voz del joven, le dio mucha risa que no soporto en decir -¡Jaja! ¡Viejo! ¿Que no los cazadores siempre están alerta?- Pregunto con una voz sarcástica y entre carcajadas callo.-Bueno, ¿No necesitas ayuda en algo?- Quería brindar su ayuda, o hacer su parte en el viaje. Pero claro, no subestimaba ni un poco a un hombre de su edad, un caza-vampiros con esos años, de seguro vivió muchas batallas y vio demasiada sangre correr entre flores y agua; es demasiada la experiencia que tiene y mucha resistencia, como para no poder hacer un simple trabajo manual. Solo quería dar un poco de soporte.

-Hey, no creas que te estoy subestimando eh, luego aparezco de cabeza en un árbol abandonado por andar hablando de mas, ¿No?- Sonreía muy ampliamente mientras observaba que Gibil lo esperaba para emprender rumbo.

Subió al carromato, primero posando su mazo arriba de el, haciendo que el móvil se desnivelara y se fuese levemente hacia abajo. Después de unos minutos ya de camino, y Escaflow acomodado entre cosas acostado, el viejo Gibil recordó la pregunta de el y le respondió. Después de que el contestara, el joven volvió a comentar -Entonces si están muertos... ¿No se pueden matar?, ¡Oh, Oh!, espera. Creo que seria mejor decir "Destruirlos"... Siiiii, suena mejor, ¿No crees?- Pregunto mientras miraba a la tela blanca que se encontraba en la parte superior del carromato.

-Quizás –respondió, intentando sonreír mientras arreaba a los caballos para que empezaran a avanzar; aunque pesadamente. Las huellas del carromato se iban marcando en aquel viejo suelo por la pesadez extra.
-Pero destruirlos suena a terminar con ellos completamente. Nosotros… cortamos la cabeza, o le partimos en dos; cosas más… “limpias” y sencillas.


El camino era difícil, andar entre el bosque con un carromato realmente era difícil; pues había que maniobrar y mandar bien a los caballos para que anduvieran por el sendero más fácil posible. Total, pasemos del aburrido camino, a algo interesante de veras.

-Skaflow –le dijo lentamente, mientras buscaba a tientas una de sus lanzas- Ei, chico. Te necesito despierto.

Frente a sí un hombre le apuntaba con un arco, y dos detrás de él, estaban prestos con una espada, amenazantes; dispuestos a acabar con la vida de ese “anciano”. Y detrás, había dos mas, uno equipado con un machete rústico y el otro con una cadena gruesa, girándola de manera amenazante.

-¿Tienes oro viejo? Sin el no puedes entrar en la ciudad, y tampoco salir de lo que ya viste.
Le dijo el hombre con el arco, Gibil mientras tanto, seguía tratando de alcanzar su lanza, y cuando la tuvo en sus manos, de un golpe, logró despertar a Skaflow.
-¡Que te necesito, y ya! –Le gritó apenas, mientras daba un salto hacia atrás, para salirse del rango del arquero y poder tomar su otra lanza fácilmente.
-¿Qué tan bien peleas?

-¡Jodanselos, ya, ya!

Ya se había acostumbrado a los golpeteos constantes del carromato que hacia al pasar por rocas o algún hoyo, que llego a acurrucarse entre distintas cosas. Ya quería descansar desde hace algún rato, solamente buscaba la oportunidad de relajarse un poco y dejar que lo llevara el viento; en forma teórica, claro.

Se escuchaba un leve voz cerca de el, era lo que Gibil le respondía al joven mientras que el sonar del viento y lo oscuro de sus parpados se adueñaban de el. Pero algo sonó en su cabeza que hizo responder, pero sin mover un solo dedo, el había dicho -¡¿Cortar cabezas?!, Woooo... suaaaaaaaaave... es mucho mas cruel a comparación de lo que yo hago. Yo solo dejo caer mi mazo a su cabeza mientras están en el suelo.- Dijo sin levantarse y con un sonido chistoso.

Nuevamente cerro los ojos y bostezo, dejando caer una lagrima de perezoso que salia, mientras se frotaba un ojo.

Algo hizo que el carromato se detuviera, tal vez era Gibil que tenia que ir a sus necesidades. Escaflow no le presto atención a lo que sucedía, solo escucho su nombre e imaginariamente le agrego mas cosas. - Escaflow... Tengo... Tengo que ir al baño- Según era lo que el joven había entendido de lo que dijo Gibil. El no quiso ni responder, solo dejo salir un gemido en tono de enterado.

Se escucho otra voz, una diferente, en tono rudo e incomodo para el, haciendo que se saliera de aquel sueño, pero sin levantarse. Un fuerte grito sacudió la cabeza del herrero, haciendo que se levantara de una buena vez y visualizara a los bandidos que tenia alrededor. Que bueno que se había despertado con anterioridad, sino ya estuviera muerto por perezoso.

La reacción de Escaflow fue tomar su mazo por inercia y bajar del carromato a combatir contra los que osaban despertarlo.

Bien, ¿Quien debería atacar primero? ¿El de la cadenita, o al de la espada? El que portaba la cadena tenia cierta ventaja sobre el, así que decidió optar por irse contra el de la espada. Acercándose lentamente, y en un golpe diagonal, desde arriba hacia abajo, en un movimiento cruzado, dejo caer todo el peso de su mazo adicionando su fuerza en el cuerpo del bandido y levanto su mazo del suelo.

-¡Cuéntame! ¡Hay muchas cosas que no sé de ti!, te he presentado toda mi vida en bandeja pero tu... ¡nada!, ¡ni siquiera puedo saber lo que piensas en este momento!, ¿por qué eres tan egoísta? ¿Y así quieres que yo te ayude con lo eso de los Dherlok o como se llamen?-

Exclamaba Inuwel en voz alta extendiendo los brazos al cielo para darle mayor énfasis a sus palabras.
Habían transcurrido tres días, tres días en el que tuvo que habituarse a un nuevo cuerpo-lo cual no le fue tan difícil-tres días en los que estuvo ocupada intentando adaptarse al mundo exterior, o mejor dicho mirarse en el espejo. Por lo cual no encontró conveniente, al menos por el momento, arroyar de preguntas al fantasmita ese que habita en su mente, como lo estaba haciendo ahora.

-Tan mudita y mansita que estabas antes, sabes lo necesario confórmate con eso, Sahian-

El rostro de la gitana se tiñó de rojo ante la última palabra de Eluth, odiaba, odiaba ¡y odiaba ese nombre! tanto como a los vampiros, e incluso me atrevería a decir que más.

-No vuelvas nunca pero nunca más en tu no-existente vida a pronunciar ese... ese nefasto nombre o... o... olvídate de encontrar al último Alesth-

Musitó la morena sacando la lengua a una figura invisible.
Si Eluth tuviera forma hubiese sonreído, aquella chiquilla, mezcla de dos personalidades distintas Inuwel-Sahian, le parecía divertida y su docilidad a la hora de ser convencida la convertiría en una Dherlik muy obediente, perfecta.

-Para empezar estoy en tu mente, puedes hablarme a través de pensamientos, no es necesario que me grites, pareces loca, y por último, yo sé que lo que más quieres en tu vida es matar vampiros, ellos te quitaron la única gota de cariño depositada en el vaso de tu patética vida…-

-“Ex –patética vida”-le corrigió Inuwel ahora mentalmente. Su semblante burlón y altanero se había desdibujado por uno de nostalgia y pena. Un solo nombre basto para que el alma de Sahian soltara un último respiro: Kylie.

-Él no volverá. Pero le puedes vengar-

Cierto, muy cierto. Aquella alma hablaba con toda la razón del mundo. Seguramente los Dioses le habían marcado ese camino a Inuwel, era el destino el que le decía qué hacer, no Eluth. Y con esa mentalidad Inuwel siguió caminando, escapando de su carromato, padres, familia y el circo. Aquello debía quedar sepultado en el pasado, ¡a veinte metros bajo tierra si fuese necesario!

-Un momento, quieta. ¿No lo escuchas?-

El suave murmullo del viento, el roce de las hojas entre las ramas, el trinar de las aves, las ardillas que se escondían ante los desconocidos… ¡ah si! Y el ruido seco de las ruedas de un carromato que se detenía de pronto y el grito de un hombre.
Aquello no era parte de la melodía típica del bosque. Algo extraño sucedía un poco más allá e Inuwel no sabía si seguir su camino y pasar por alto aquel ruidito o devolverse y echar un curioso vistado a ver que pasaba.

¡La curiosidad!, arma mortal en las mujeres, es dificil evitar su sutil seducción e Inuwel no fue la excepción, caminó y terminó corriendo el dirección al origen del sonido pero cuando lo sintió cerca se detuvo y luego de trepar un árbol cercano se mantuvo en silencio entre sus ramas para mirar desde una cómoda y protegida perpectiva lo que sucedía.

Habían varias personas reunidas, todas ruidosas principalmente aquellos sujetos armados que no le daban buena espina, parecía que iban a robarle a los del carromato, pobres, pero lo mejor era no meterse en esos asuntos... aunque había un anciano, y desde pequeña la mamá de Sahian le infundó la caridad hacia los mayores. Inuwel sacudió la cabeza con tozudes, no era asunto suyo, además aquel muchacho con el mazo podría defender a su abuelo o lo que fuese sin problemas.

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Rosa: Inuwel

Amarillo: Eluth Myrima

**Por cualquier duda leer mi ficha

-¿Curiosilla, eh? –Dijo una voz chillona, mientras golpeaba el tronco del árbol con un machete, mirando fijamente el cuerpo de Inuwel que se escondía entre el follaje de un árbol verde cercano a la pelea que estaba sucediendo. El hombre, de poca altura –con suerte el metro cincuenta-, parecía enfadado, y seguía atacando el tronco con fuerza, demostrando su enojo- Pues se te acabó la suerte niña ¡Necesitas pagar para estar por aquí! Ya sea que me des oro o… -bajó su mirada, fijándola más y descaradamente en los atractivos de ella.


Y allá enfrente, junto al carromato, todos seguían enfrentados en la pelea improvisada. Skaflow, sin perder mucho tiempo y sin necesidad de elegir a un oponente con mucho pensamiento, apenas bajar del carromato asestó un mazazo al espadachín que los amenazaba, y este, en una reacción rápida puso la espada en horizontal para tratar de detenerlo, pero el golpe sólo hizo que apretara con fuerza la espada, cortándose así los dedos, y que encima por la misma fuerza, soltara el arma, con un hueso roto; y empezara a gritar lleno de ira.
-¡Cabrón!

Gibil mientras tanto, miró al otro hombre, el de la cadena, lanzar un fuetazo hacia el brazo de Skaflow, para –obviamente- desestabilizarlo y que se golpease a sí mismo con su arma; pero el anciano, en un acto rápido y sin medir las consecuencias –le había cogido cariño a ese chico, y no dejaría que lo hirieran- puso de medio una de sus lanzas –la izquierda- haciendo que la cadena se enredara alrededor de esta y que se la arrancara, pero en un segundo movimiento rápido, Gibil logró lanzar la segunda lanza hacia el pecho de este hombre. Y aunque se quedó sin armas, logró hacer que el otro soltara la cadena y se llevara ambas manos al mango del arma que le causaba dolor.

Mientras, el arquero rodeaba el carromato, y mandaba a los otros dos espadachines a montar los caballos y llevarse el carromato hacia otro lugar. Al fin, ya que sus dueños no pagaron, debían dejarles una garantía de que pagarían, y si no, el carro serviría como paga.

Aunque esperaba mas de un golpe como el que dio, el bandido con el que estaba batallando era un tipo fuerte, alcanzo a detener el ataque de Escaflow, pero no se libro de todo daño según como el planeaba. El golpe impacto tan fuerte en el arma que hizo que este soltara su espada y que el mazo de Escaflow desviara su trayectoria inicial.

Ya una vez que su mazo se volvió a posar sobre el, listo para el siguiente ataque al próximo rival, una lanza interrumpió el golpe que iba dirigido hacia el joven licantropo.

-¡Hey, tu ya tienes a los tuyos! Deja a los que son míos- El ingrato no aprecio lo que Gibil había hecho por el, lo había salvado de un gran golpe y un moretón 100% dolor -¿O acaso no puedes tu solo con los tuyos?- Soltó una ligera carcajada y volvió a sus asuntos.

Escucho unos pasos acercándose, rápidamente pensó en acabar con el espadachín, o irse en contra del que se aproximaba; pero el espadachín estaba desarmado, con los dedos cortados y un poco lastimado; aun así, si tomaba la espada con su otra mano, sus acciones se iban a ver reducidas en movimiento y en fuerza radicalmente.

Así que, con unos pasos veloces se puso en la parte trasera del carromato y espero a que se aproximara mas hasta que sea el momento adecuado para lanzar un golpe directo al tórax del individuo, sea quien sea, lo iba a mandar a volar.

-¡Mata todo lo que puedas, pero ya! –Le urgió Gibil al chico. Pese a que se estaba divirtiendo, mantener una riña de tal tipo por tanto tiempo era arriesgado; su cuerpo experimentaba más cansancio del normal, haciendo que los combates largos fueran una pérdida segura.

Al ver que el espadachín estaba malherido, y que el de la cadena carecía de armas –y en cambio había ganado una pequeña herida [sí dolorosa] en el pecho-; pensó que no presentarían demasiados problemas ya; así que se giró para ver a Escaflow acercarse al carromato y casi recargarse en él. Aunque luego dio por obvio que no hizo tal acción porque… El carromato empezó a andar.

-¡Que los mates te digo! –Le gritó, enojado porque su transporte estaba siendo robado con tanta facilidad- ¿Acaso no…?
Gimió de dolor. Cerró la quijada con furia, con tanta fuerza que sintió dolor en los dientes. Y rápidamente se llevó la mano derecha a la pierna izquierda, donde ahora reposaba una flecha enterrada y cruzándole de lado a lado. Dio un tirón rápido, pero el dolor le hizo dejarla ahí, para dirigir su mirada hacia quien tiró aquella flecha.

Aunque… allí ya no había nadie, el lycan había golpeado al hombre con tanta fuerza que le mandó volando dos metros, con gran cantidad de costillas rotas; al igual que el arco que aún aferraba con la zurda. Pareció convulsionarse ahí tendido en el suelo, y no era para menos. Tal golpe era… ¡Una brutalidad!

-¡Los de atrás, ya…! –ordenó, con la voz cortada por el dolor y seca por el cansancio; no se había extendido tanto el combate, pero sí que había sido una “gran” idiotez estarse quieto con un arquero en esos lares.


Crggg Inuwel cayó “en el suelo” –más bien cayó primero contra la cara del hombre, casi rompiéndole el cuello mientras lo “flexionaba” por el peso-. El crujido fue por la nariz del “infeliz feligrés” partiéndose y sangrando bajo el pie de Inuwel. El machete por suerte había sido soltado, y había terminado por volar hacia atrás, clavándose en la tierra, muchos metros más allá.

La chica estaba tranquila por ahora; no más que aquel hombre habían ido por ella. Sin embargo, el carromato pasó con rapidez al lado de ella; saltando por las raíces altas.

Escucho paciente a que se acercara aquel individuo, para que estuviera lo suficiente cerca como para que recibiera una buena dosis de dolor, proporcionado por un mazo con la fuerza de un licantropo.

Un grito hizo que se desconcentrara por un momento, era el de Gibil desesperado para que el combate cesara de una vez. ¿Que no podía relajarse solo un momento? Bueno, al parecer que relajarse en un combate no era del todo normal, así que por siempre obviedad iba a ser todo lo contrario y tomo sus acciones enserio.

Volteo fijamente al frente, frunció el ceño para llevar acabo el ataque y en un reflejo de vista, lanzo su mazo con gran fuerza, ni un segundo paso para que el ataque se efectuara, se sentía ya que el mazo estaba en contacto con el, los huesos destrozándose por aquel impacto tan brusco e inrepentino, distanciando aquel cuerpo deshecho -teóricamente- al suelo.

Nuevamente, Gibil ordeno a Escaflow, lo mando a cargarse a los que se estaban llevando el carromato. Al Garou no le agradaba esta idea que digamos, sus descansos reconfortantes y su actitud perezosa se iban desvaneciendo, como el carromato siendo robado por esos ladrones. Escaflow se enfureció, ¿¡ Como se atreven a hacerle eso !?, Rápidamente dejo su mazo en suelo y se quito su mochila, ademas de su camisa sucia y rasgada, la tiro al suelo y dejo expuesto su tatuaje de una hacha de doble filo mientras le gritaba a Gibil -¡Me debes unos pantalones!- Fue rápidamente corriendo hacia el carromato mientras que su cuerpo iba mutando, su boca iba alargándose frontalmente, al igual que sus dientes iban agarrando tamaño y su estatura aumentaba, mientras que sus uñas comenzaron a dilatarse y haciéndose afiladas de la punta, ademas que salia vello por todas partes del cuerpo. Se había transformado en un Garou, después de un tiempo.

Puso sus cuatro extremidades en el suelo para acelerar el paso y alcanzar el carromato, adelantándose hacia los caballos se puso en una parte lateral -izquierda- Observo a los dos ladrones y rugió fuertemente como queriendo ahuyentar a un gran rival, el cual lo ignoraba. Lleno de enojo, se lanzo con un gran salto hacia los dos rufianes apuntando sus colmillos hacia el cuello del primero, pero planeando cargarse a los dos de un tiro, o por lo menos tumbarlos de los caballos.