LA PLEBEYA ENAMORADA
Borgoña (Francia), Siglo XIII
Mi familia y yo vivíamos felices hasta que mi madre murió. Aún así seguimos viviendo felices durante años, hasta que mi padre se volvió a casar con la mujer más orgullosa y antipática que podíamos imaginar. Trajo consigo a tres niños más, los cuales mi padre no podía mantener y a los cuales ella les tenía tanto desprecio como a nosotros, sobre todo al pequeño Dwaine, un niño que no podría medir más de un metro y medio de altura nunca.
Dwaine era un buen niño, que mi padre encontró abandonado y tomó por hijo en una noche oscura de tormenta. Era un enano y nuca podría tener un trabajo decente. Su destino era ser un bufón a las órdenes del rey. Por eso, lo odiaba tanto.
Sobre nosotros recayeron los trabajos más duros de la casa y como nuestro padre estaba tan enamorado de ella no se daba cuenta de que nosotros estábamos sufriendo.
En los ratos que nos quedaban libres, aunque no eran muchos, íbamos a casa de un hombre al que nosotros llamábamos Alcalde. Él era un buen hombre y todos le queríamos. Nos contaba historias con las que nos hacía soñar. Allí escapábamos cuando nuestro padre nos pegaba o nos quería pegar.
Un día, por miedo, nos escapamos para ir a vivir a casa de Alcalde. Allí vivimos bien durante un tiempo, hasta que nos encontraron y, después de azotarme, mi padre me llevó al mercado de esclavos como si de uno de ellos tratara.
Al poco tiempo de trabajar como dama de compañía de la reina, también vendió a mis hermanos y hermanas como esclavos. Lo supe porque al poco llego al castillo una caravana con un grupo de esclavos, que pretendían vender al rey y allí estaban todos, excepto Dwaine.
Al principio, me pregunte que habría sido de Dwaine y me preocupé. El rey compró los esclavos que necesitaba, entre ellos mis hermanos, y volvimos al castillo.
No mucho tiempo después, la reina enfermó. La enfermedad era muy extraña y no sabíamos lo que debíamos hacer. El rey estaba desesperado y le dolía ver a su reina postrada en una cama mientras sus médicos eran incapaces de curarla o de decir de que enfermedad se trataba. Entonces, el rey decidió llamar a una bruja; aunque aquella conducta era castigada. No tenía otro remedio si quería que la reina se curase. Un día, yo fui con la bruja, de la que me había hecho muy amiga, al bosque a recoger plantas para la reina y allí me encontré con Dwaine. Lo llevamos al castillo a escondidas. Con la poción y los cuidados de la bruja, al poco tiempo, la reina se repuso.
Y llegó el día en el que se tuvo que ir. Fue uno de los días más tristes de mi vida. Pero al haber salvado la vida de la reina salvó también la suya. Gracias a un indulto del rey dejaron de perseguirla y cuando necesitaban de algún servicio la llamaban a ella.
Durante algún tiempo, Dwaine vivió a escondidas en el castillo, pero, un día, la guardia lo descubrió. Pensaron que era un ladrón y lo metieron en una de las frías mazmorras. Fui a hablar con el rey, pero no fue tan bien como yo había esperado; saldría de las mazmorras, pero jamás volveríamos a verlo ninguno de los siete hermanos. O, al menos, eso pensábamos nosotros.
Pasaron los años y la guerra que había en el país por aquel entonces terminó. El apuesto príncipe regresó al castillo de su padre. La noche en la que el príncipe llegó hubo una gran fiesta y tuvimos que trabajar hasta tarde.
Al poco tiempo de regresar Xumei, el príncipe, la reina volvió a enfermar y volvieron a buscar a la bruja. No la encontraron y tristes y desanimados quisieron dejar morir a la reina. Pero ocurrió algo que nos sorprendió a todos; apareció nuestro hermano Dwaine.
Según nos contó Dwaine, la bruja había salido a buscar hierbas para sus pociones días atrás y todavía no había regresado a la casa que los dos compartían en el bosque. Si el rey lo permitía él trataría de salvar a la reina esta vez, sabía como hacerlo. Mientras los soldados buscarían a la bruja, para traerla de vuelta. En ese momento, el rey no rechazó su ayuda y después de salvar a la reina lo admitió en el castillo como médico.
Durante ese tiempo me hice muy amiga de Xumei y pronto supe que el también estaba enamorado de mí. Pasaron lo meses y, cuando teníamos tiempo, Xumei me contaba cosas de los árabes y de la guerra.
Pronto, llegó el día en el que el príncipe debía elegir una princesa con quien casarse. Pero el no deseaba casarse con ninguna de las princesas que su padre el proponía y, a su vez, agrandar su reino. Xumei deseaba casarse conmigo. Llegado el momento y, al preguntárselo el rey, que estaba impaciente por la tardanza y la indecisión de su hijo, así le preguntó:
- ¿Con quién te casaras, hijo mío?
- Con Elena.- contestó él.
- ¡Imposible! Con una plebeya...
- ¿Por qué no? Yo la amo, padre. Además, dijisteis que podría casarme con quien yo quisiera.
- Ya sé que lo dije, pero con ella no puedes casarte.
Pasó el tiempo y el príncipe seguía empeñado en casarse conmigo. Por eso, fui a la cárcel con la sentencia leída. Moriría en la horca al día siguiente.
Pasé la noche llorando, aunque sabía que ni Xumei ni mis hermanos permitirían mi muerte. La noche pasó y la hora llegó. Busque al príncipe con la mirada pero no lo encontré y pensé que se había olvidado de mi y que la discusión con su padre sólo había sido un vil juego.
Cuando ya tenía la cuerda al cuello y yo pensaba que ese era mi fin, una flecha rompió la cuerda. Entonces, apareció Xumei en mi busca y se oyó gritar al rey:
- ¡Al traidor!
Todos los soldados salieron para hacer frente al príncipe, pero ninguno pudo ganarle. El rey comprendió, entonces, que no podía hacer nada contra el amor que nos unía y no trato de hacer nada más. Jamás conseguiría que dejáramos de querernos, aunque lo intentara por todos los medios.
Pocos días después, me casé con el príncipe y no hace falta decir que fuimos felices y comimos perdices.
Mis hermanos no volvieron a trabajar jamás y ellos también vivieron felices en la corte.
Años más tarde, tuvimos noticias de nuestro padre y supimos que estaba en la cárcel acusado de ladrón. Estaba como yo había estado años atrás, con la sentencia leída. Él también moriría en la horca.
Como mis hermanos y yo seguíamos queriéndole pedimos al rey que le perdonará la vida y este así lo hizo. Al fin y al cabo, era nuestro padre y no le guardábamos rencor.
Nuestro padre vino a vivir con nosotros en la corte, pues ya era un anciano y no podíamos dejarlo en la calle como el nos dejó un día a nosotros.
De la mujer que años atrás se había casado con mi padre y tanto nos odiaba supimos que, tras abandonar a mi padre, se había vuelto a casar y que este hombre la había acusado de bruja. Había muerto en la hoguera creyéndose inocente de todo mal que había causado anteriormente.