Vale, suele decirse que el mundo es pequeño, bueno eso era porque no medían menos de treinta centímetros y todos los animales que para mí son grandes, para ellos no son más que insectos. Estaba aburrido, hambriento, congelado; empapado. No sabía cómo le había hecho para llegar a aquel bosque, pero maldecía el haberme perdido. Brillante idea viajar solo, pero claro que no volvería a la celda que me tenían las hadas oscuras, golpearme sería poco en comparación con lo que me podrían hacer si llegase a volver porque encontré que el mundo era demasiado peligroso para mi, debía adaptarme al tamaño de las cosas, sin importar que tan empapado estuviese, de cuantos ratones haya escapado ese día ni los mosquitos que trataban de acercarse. Saben, desde aquí los mosquitos por un poco más y parecen buitres.
¡Una cueva! Eso, eso era lo que veía, una acogedora y gran cueva a lo lejos. Ya deseaba poder pasar la noche ahí, los malditos chubascos no dejaban de caer y cada vez que caía de hoja a hoja unos dos o tres me derribaban para que los demás siguieran aplastándome. Realmente era molesto y si no me abandonaba ahí mismo para ahogarme en un charco de agua era por terco, porque no iba a aceptar que ese mundo fuese tan hostil con alguien tan pequeño como yo. ¡Mundo engreído! Yo puedo contigo…
Por fin, me tomo media hora, tal vez más, tal vez menos, pero ya estaba ahí. Aún empapado y muerto de frío. No, ¡mala elección, muy mala!... Tan pronto como entre a la cueva centenares de ojos rojos sedientos de sangre se abrieron desde lo alto y sentirme tan solamente observado habría sido de verdad que mucho más bonito a lo que sentía. Mi corazón estaba que estallaba, no podía enfrentarlos y no era la primera vez que me tocaba.
¡Malditos murciélagos! Los odiaba, la primera vez que los vi no me hicieron nada, pero pasaron volando alrededor mío. Algunos lograron rozar sus colmillos y garras con mis pieles y algo me decía que esta vez iría a ser peor.
Un chirrido ensordecedor… De pronto el centenar de aleteos pasando al lado mío, por suerte esta vez fui inteligente y en vez de quedarme pasmado por el susto me refugié con una roca. ¿Por qué tenía que tocarme eso a mí?, ¿por qué debía ser el único sobreviviente?... Maldije mi suerte, si alguien llegase a creer que era afortunado en esos momentos era capaz de romperle los dientes de un solo puñetazo y no me importaba que tan grande fuese. Necesitaba compañía…
Sabía que tenía poco tiempo antes de que una rata viniese a atacarme, en cuevas de murciélagos había muchas cuando estos no estaban, pero esa no era mi preocupación, sino los cientos de animales que seguramente estarían al igual que yo buscando refugio de la tormenta. Los truenos me hacían temblar, además del frío… Debía buscar otro refugio, pero estaba a punto de dejarme vencer por el cansancio, estaba agotado…